Estaba siendo tan contundente su dominio en el circuito femenino de tenis que el ataque que sufrió la entonces tenista yugoslava la tarde del 30 de abril de 1993 dejó para siempre la duda de hasta dónde hubiera podido llegar su carrera.
a búlgara Magdalena Maleeva ha perdido el primer set y Monica Seles acaba de remontarle un 0-3 en el segundo. Su hermana Katerina había sido barrida el día anterior por Steffi Graf y en el siguiente partido Manuela se enfrentará a Arancha Sánchez-Vicario. Las Maleevas acaban de hacer historia: por primera vez tres hermanas han llegado a los cuartos de final de un torneo de la ATP. Un hito que el mundo recordaría para siempre.
Y tal vez hubiese sido así si a las siete menos diez de la tarde de ese 30 de abril, un tornero desempleado de Heringen, Turingia, no hubiese aprovechado los noventa segundos del descanso entre el séptimo y el octavo juego de los cuartos de final de la Citicen Cup de Hamburgo, para acercarse a la silla de Monica Seles y clavarle un cuchillo de deshuesar de 23 centímetros en el omóplato.
Seles sintió un dolor intensísimo en la espalda. Lanzó un grito, se tocó la herida e instintivamente se levantó y trató de caminar hacia la red. Un espectador saltó a la pista y la ayudó a tumbarse sobre la tierra batida mientras a su espalda uno de los responsables de seguridad había reducido al agresor tras impedir una segunda puñalada,
Las 6.000 personas que observan desde las gradas del An Rothenbaum no entiendían lo que sucedía. Al otro lado de la red Magdalena Maleeva escuchaba a su madre gritar y veía como la camiseta de Seles se empapaba de sangre.
“No sabía lo que pasaba. De repente me costó respirar y sentí un dolor horrible en la espalda”, contaría en 2009 Monica Seles en su autobiografía From fear to victory.
En un primer momento todos pensaron en una motivación política.Monica, yugoslava de ascendencia húngara, era originaria de Navi Sad, actual Serbia, y por entonces uno de los epicentros de la guerra de los Balcanes. Algunos tenistas de otros territorios ex yugoslavos como el croata Goran Ivanišević habían censurado el silencio de Seles ante la actitud del gobierno serbio. Un año antes una falsa amenaza de bomba había obligado a Scotland Yard a desalojar el alojamiento de la tenista en Wimbledon.
Pero su atacante no tenía nada que ver con la guerra, más bien con el amor, aunque sería más apropiado hablar de obsesión, de su obsesión por Steffi Graf, cabeza de serie número 2 del torneo y de la WTA. La jugadora que en 1987 había puesto fin a la alternancia en el trono tenístico de Martina Navratilova y Chris Evertt y había permanecido en el número uno de la clasificación femenina durante 186 semanas. Una racha todavía no superada a la que una jovencísima jugadora yugoslava, que un par de años antes había irrumpido como un tifón en el circuito, había puesto fin. En abril de 1993, Seles llevaba 21 semanas instalada en el número uno de la WTA y parecía imbatible.
La policía no tuvo que insistir demasiado para descubrir qué había motivado a Günter Parche a hundir un cuchillo en la espalda de la tenista serbia: quería que su adorada Steffi Graf recuperase el número uno del mundo.
Parche llevaba cuatro días rondando las instalaciones de la Citizen Cup. Tanto Monica como su familia declararon habérselo cruzado en más de una ocasión. En el momento de su detención llevaba encima 650 dólares, un pijama y un billete a Italia donde Seles tenía previsto jugar el torneo de Roma, la última parada antes de llegar a Roland Garros. Según el alemán no pretendía asesinarla, sólo dañarla lo suficiente como para impedir su presencia en un par de torneos.
Mientras la policía detenía a Parche, una ambulancia trasladaba a Seles hasta el Hospital Universitario Hamburg-Eppendorf, en compañía de su hermano Zoltan. Allí comprobaron que la herida no había dañado ni órganos ni tendones. Los médicos le dijeron que había tenido mucha suerte, un par de centímetros más y la médula espinal podría haberse visto afectada. Pero la parte del cuerpo más afectada por la puñalada de Parche no había sido ningún músculo de su espalda, había sido su mente.
Seles había sido apuñalada ante 6.000 personas y en el entorno más seguro que había conocido en toda su vida: una cancha de tenis. Desde que a los 5 años su padre, el artista plástico de origen húngaro Karoji Seles, había dibujado la carita del ratón Jerry en una pelota de tenis y le había dicho que simplemente se comportase como el gato Tom e intentase atraparla, el tenis había sido su vida. La mejor parte de su vida.
Su hermano Zoltan había alcanzado cierto nivel en Yugoslavia, pero pronto fue obvio que ella era la que tenía el don. Ambos viajaron a Estados Unidos y Monica no tardó en captar la atención de Nick Bolletieri el gran pope del tenis, responsable de la legendaria Academia Bolletieri donde se curtieron leyendas como Courier y Agassi.
Bolletieri, a quien hasta sus mayores enemigos reconocen su instinto para el talento, se quedó impresionado con aquella niña flacucha que lanzaba reveses y derechas a dos manos y nunca daba una bola por perdida.Cuando le preguntaron por qué le dedicaba tanto tiempo soltó un “algún día será la número uno” que pudo sonar como una bravuconería, pero era una premonición.
Con 16 años y 6 meses, Seles se convirtió en la campeona más joven de Roland Garros ante Steffi Graf. Era el inicio de una carrera fulminante. Durante 1991 y 1992 dominó el circuito femenino, sólo Wimbledon se resistió. Desde enero de 1991 hasta febrero de 1993 llegó a 33 finales de los 34 torneos que jugó, unas cifras jamás vistas en la historia del tenis femenino.
La joven yugoslava era la némesis perfecta de Graf. Mientras cada gesto de la alemana podría servir para ilustrar un manual de tenis, los movimientos de Seles eran caóticos, imprevisibles. Graf representaba la perfección técnica, Seles la intuición desbocada, tan desbocada como sus alaridos en la pista. Steffi dominaba gracias a la mejor derecha del circuito, Seles lanzaba cañonazos a dos manos como si lo que blandiese en sus manos no fuese una Yonex RQ-380, sino el martillo de Thor.
Y las diferencias no se limitaban a su juego. Steffi era adusta, seria, introvertida, incluso la mayor victoria sólo parecía para ella un día más en la oficina; Seles era burbujeante, sonriente, desenfadada, parecía que realmente disfrutaba con lo que hacía. Su éxito estaba contagiado de alegría.
Un éxito que irónicamente la había conducido a la cama de un hospital alemán. La puñalada de un fanático acababa de cambiado su destino. Y no sería la última que recibiría en su vida.
La organización de la Citizen Cup en connivencia con la WTA y las jugadoras que quedaban en liza, Graf, Maleeva y Arancha Sánchez-Vicario, decidió que el torneo tenía que continuar. “Estaba consternada. El torneo seguía como si no hubiera ocurrido nada. Fue una lección dura sobre el negocio del tenis. En realidad, sólo se trata de dinero”, confesó Seles. En la final Arantxa se impuso a Graf, que perdía la Citizcen Cup después de seis años imbatida.
No sería la única decepción que sufriría. Apenas una semana después del ataque, diecisiete de las veinticinco mejores tenistas de la WTA se reunieron en Roma y decidieron que no se congelaría la posición del ranking de Seles. Todas votaron a favor, excepto la argentina Gabriela Sabatini. “Fue la única jugadora que me apoyó después del ataque, por eso le tengo mucho respeto y la aprecio. Ella pensó como persona, no en el ranking, no pensó en los sponsors ni en el negocio. Ella es una persona diferente al resto de las jugadoras que estaban en el tour”, escribió Seles en su autobiografía.

El juicio contra Günter Parche se celebró en Hamburgo cinco meses después del incidente y con la ausencia de Monica Seles. La tenista se negó a volver a pisar Alemania, lo que, probablemente, jugó en su contra.
Durante la instrucción salió a la luz que Parche llevaba años acosando a Steffi. Le escribía cartas anónimas e incluso llegó a enviarle dinero para que se comprase un collar. Increpaba a cualquiera que la criticase en los medios y la habitación que ocupaba en casa de su anciana tía –había sido abandonado por su madre a los ocho años– era un santuario en honor a la tenista. Las paredes estaban empapeladas con sus fotos y las estanterías albergaban decenas de cintas de vídeo en las que se recogían todos los torneos de Graf que Parche revisaba obsesivamente. “Caminaría sobre el fuego por ella”, declaró, “Es una criatura de ensueño cuyos ojos brillan como diamantes y cuyo cabello brilla como la seda”.
Parche no era el primer acosador de Graf. Cuando la tenista tenía diecinueve años un fan se cortó las venas ante ella. Otro le envió un bote de mermelada envenenada. La mayoría se limitaba a llamar por teléfono a la casa con seguridad reforzada que más de un desequilibrado había intentado allanar. Steffi era una de las mujeres más famosas de Alemania y eso tenía un precio, pero aquella fue la primera vez que no le había tocado pagarlo a ella.
La defensa de Parche, consciente de que la confesión del acusado y seis mil testigos complicaban ostensiblemente su trabajo, optó por una estrategia arriesgada, apelar a su “capacidad disminuida” y para sorpresa del mundo funcionó.
La jueza Elke Bosse desestimó el cargo de intento de homicidio y en su lugar declaró culpable a Parche de ofensa menor. La jueza hizo caso del psiquiatra que había afirmado que jamás repetiría esa acción y del arrepentimiento de Parche que había admitido su culpabilidad en el estrado: “No quería matarla, sólo quería lastimarla un poco para que Monica no pudiera jugar en un par de semanas”. Cinco meses después del apuñalamiento de Seles, Günter Parche estaba libre.
La tenista se mostró horrorizada. “¿Qué clase de mensaje se ha transmitido al mundo? Günter Parche reconoció que me acuchilló una vez y lo intentó una segunda, y ahora el tribunal ha dicho que no va a ser encarcelado por este crimen premeditado. Volverá a su vida cotidiana, mientras que yo no puedo todavía, porque estoy recuperándome de la agresión, que me podía haber matado“.
La agresión a Seles había quedado impune, pero había cambiado la historia del tenis. A partir de entonces la seguridad de las canchas sería reforzada y los guardas se sentarían de cara al público para prevenir posibles ataques. Aunque eso no iba a consolar a Seles.
Aunque físicamente estaba recuperada, emocionalmente permanecía devastada. La puñalada asestada por una jueza alemana había sido más desgarradora que la de Parche y coincidía con el peor momento de su vida: a su padre le acababa de ser diagnosticado un cáncer de próstata. “Crecí en una cancha de tenis, fue el lugar donde me sentí más segura y ese día en Hamburgo me lo arrebataron todo: mi inocencia, mi clasificación, todos mis ingresos, mi respaldo, todos fueron cancelados. Y la única persona que podría haberme consolado realmente, que entendió lo que significaba, mi padre, estaba enfrentando una terrible enfermedad “.
Sin poder apoyarse en su padre y sin el tenis, su único refugio fue la comida. Por el día luchaba por recuperar la forma para volver a las pistas y por la noche buscaba consuelo en la nevera. “Justo como había sido una campeona de tenis, ahora me convertí en una campeona en comer patatas fritas”, confesó.

Tras dos años y medio fuera de la competición, en 1995 y ya con la nacionalidad estadounidense, se sintió con fuerza para volver a las pistas. Ganó el torneo de Toronto con solvencia y los aficionados respiraron aliviados, la campeona habia vuelto, Pero a pesar de que su tenis seguía intacto su cuerpo había sufrido un gran cambio. Ya no era la adolescente flacucha que el público recordaba. Había engordado más de quince kilos y eso es lo único que parecía interesar. En su ausencia había irrumpido en la competición una jovencísima Anna Kournikova y de pronto el físico parecía tan importante en la pista como un buen revés liftado.
Seles escuchaba los murnullos en las gradas y los tabloides se cebaban con su nuevo aspecto. Había sobrevivido a un intento de asesinato, sufría un trastorno alimenticio, su padre estaba gravemente enfermo y ella volvía a las pistas tras haber fulminado todos los récords, pero la prensa hacía chistes con sus michelines.
En 1996 volvió a hacerse con un título de Grand Slam, el Abierto de Australia y siguió llegando con facilidad a las rondas finales de los grandes torneos, pero ya no era la misma, era una grandísima jugadora, pero la que había nacido para marcar una época había sido eliminada definitivamente en 1993 por un desequilibrado.
Su padre falleció en 1998 y su problema con la comida se agravó, tenía una lesión en el pie y el peso había afectado a sus tobillos. A pesar de que cada día se ponía en forma en la pista, cuando llegaba la noche se saboteaba a sí misma ante la nevera. Era como una Penélope hambrienta.
En 2003 se apartó de las pistas traes caer elminada en la primera ronda de Roland Garros, pero no fue hasta 2008 cuando anunció oficilamente su retirada.
En 2009 publicó el libro Getting a Grip: On My Body, My Mind, My Self en el que narraba sus problemas con la comida. Había descubierto que lo que sufría tenía un nombre: Trastorno por Atracón, similar a la bulimia, pero sin provocarse el vómito. Era algo más que intentar compensar su tristeza con comida. Conocer su enfermedad le ayudó a superarla y además utilizó su fama para concienciar sobre el problema que suponía.

Superado su calvario y tras decir adiós a a la alta competición se dedicó a actividades más relajantes. Participó en Dancing wiith the stars y escribió un par de novelas para adolescentes ambientadas en el mundo del tenis. A través de ellas vivió un mundo de aventuras amorosas que la alta competición le había sustraído.
Steffi Graf se retiró en 1999 y algunos de sus números, como el récord de 186 semanas consecutivas en el número uno, permanecen imbatidos. La alemana vivió su su propio infierno personal con el paso de su padre por la cárcel, su aireada infidelidad a su esposa tras 30 años de matrimonio y el cáncer que finalmente acabó con su vida en 2013. Instalada definitivamente en Estados Unidos, contrajo matrimonio con André Agassi, otro niño prodigio que al igual que Seles fue moldeado por su padre y por Nick Bollettieri. El tenista de origen iraní cuenta sus problemas con su padre, con la no aceptación de su físico y con la adicción a las drogas en Open, ya una biblia para los aficionados al tenis. Siguiendo las trayectorias de Seles, Graf y Agassi podríamos decir, parafraseando a Tolstoi, que “todos los tenistas felices son iguales, pero los infelices lo son cada uno a su manera”.
Günter Parche vive en un hogar para ancianos de Nordhausen. Su coste es financiado por el gobierno alemán. Nunca recibé visitas más allá de su familia más cercana y siempre se ha negado a hablar con la prensa a pesar de las cifras que presumiblemente se le han ofrecido. Su motivación nunca había sido el dinero, sólo la obsesión por devolver a Graf al número uno y, trágicamente, lo consiguió. El 7 de junio de 1993, un mes y medio después de la agresión, Steffi recuperaba el número uno tras derrotar en la final de Roland Garros a la estadounidense Mary Joe Fernández. Tras la retirada de Seles, Fernández, una de sus mejores amigas dentro del circuito, reconocería el impacto que el incidente supuso para Monica: “La gente olvida que ella tiene nueve Grand Slams, que es una carrera increíble. Pero podría haber conseguido el doble”. Es imposible saberlo, pero todo parecía indicar que si el 30 de abril de 1993 sólo figurase en los libros de historia del tenis como el día que tres hermanas búlgaras llegaron a la final de un torneo, hoy, 25 años después, Serena Williams seguiría intentando batir los récords de Seles.