Por EMMA ELISA SERRE / Yo viví aquel ayer tan lleno de vivencias claras, llenas de entusiasmo, amor y sobretodo docencia. Solo queríamos trasmitir, ayudar, hacer, vivir cada momento junto a nuestros alumnos.
Las escuelas en su mayoría eran un lugar precario, lleno de problemas edilicios entre otros y eran identificadas amablemente como “escuelas rancho“.
Estaban construidas con los elementos conseguidos en el lugar; con oadobes, ramas de jarilla, leños para el techo, entre otros materiales. Aún así éramos diligentes y felices, gracias a la pasión que generaba el sentimiento intacto de prestar un servicio amoroso. De construcción intelectual, también espiritual y respeto. De entrega casi sin límites.
En una ocasión, faltaban a clase unos niños, por lo que nos preocupamos. Me dispuse a buscarlos, una vecina me dijo: “Entre por ese callejón”. Casi muero, había montañas de basura y un estrecho y sinuoso camino, parecía que esas montañas caían sobre el autito.
Un hedor insoportable nos rodeaba, la misma basura expandía un polvo que nublaba totalmente la vista, nos arreglábamos con el limpia parabrisas y andábamos suavemente, hasta que divisamos en una montaña a la madre con los tres niños.
Fue impactante, estaba en el basural del departamento de Maipú, uno de los que componen lo que se conoce como el Gran Mendoza, pero pude solucionar el problema. Los niños volvieron donde debían; a la escuela. Allí tenían su vaso de leche y su almuerzo. Las docentes eran totalmente solidarias, conscientes de la situación y se trabajaba en equipo. Allí los padres nos respetaban, éramos cómplices en nuestra tarea: “Enseñanza integral”…Valoraban nuestra labor, éramos un grupo orgulloso. Sobre cuando me nos identificaban individualmente como “La Maestra”.
Durante el Primer Plan Quinquenal, a partir de 1930, el Gobierno construyó en zonas alejadas, y en todas las provincias, varias escuelas, muchas de ellas con el paso del tiempo, fueron alcanzadas por la civilización. Aquellas muy lejanas como en la pre-cordillera y dentro de Lavalle, por sus distancias, fueron convertidas en Escuelas Albergues.
Totalmente equipadas para docentes y alumnos. Pese a nuestros magros pagos en la Nación no desistíamos de continuar en nuestros puestos, tomando nuestra labor como una gran responsabilidad hacia los niños, no solo para formarlos sino también para asegurarnos de que tuvieran sus necesidades básicas, como alimento, cubierta.
Hubo épocas en que fueron suspendidos los sueldos docentes por largos meses, allí aparecieron los que ofrecían dar una parte, contrato de por medio, para que al volver el pago ellos recibían el total. Fue una solución poco equitativa, pero solución al fin.
Hoy, el contexto social es otro. No se valora la docencia de la misma forma. No comprenden que las bases, la plataforma de un pueblo, es la educación, sin ella somos “nada”.
No es correcto generalizar, ya que hay grupos compactos que hacen su trabajo con grandes esfuerzos, pero cuando no hay políticas acordes que acompañen, quedan como dispersas, aisladas y se difuminan.
Existen desaciertos en políticas económicas que desubican a la población, parece que nunca aprendemos de los sucesivos errores que vienen de larga data.
Esto provoca a la sociedad un profundo desconcierto, al confrontar el día a día, así como expresó el filósofo argentino, ensayista, poeta, traductor de literatura de lengua portuguesa y autor de relatos para niños Santiago Kovadloff: “Estamos viviendo un hoy sin mañana”.
Ocurre que el esfuerzo y empeño de algunos, no hacen “el nosotros”, donde debiéramos ser un país fructífero, que arrase con las dificultades. Lamentablemente este es nuestro HOY.