La siguiente narración ocurrió en un pueblito prejuicioso de Mendoza, donde las mujeres debían callar, bajar la cabeza y mudarse junto a su familia, señaladas por el escarnio social, injusto.
Las historias de lo que muchos consideran como la Mendoza profunda, la mayoría de las veces no son divulgadas. Seguramente, en esas ocasiones, el temor inundó las mentes que fueron testigos de historias verdaderas y crueles y por las que la mayoría señaló con un dedo acusatorio a una víctima que sufrió algo grave y caro. Como un estigma que nunca más pudo olvidar cual pesadilla de un sueño interminable del que no pudo salir.
La siguiente historia la narró una docente mendocina, hoy jubilada, que aprovechó la distancia del tiempo para poner el ejemplo de algo que sí sucedió y hoy seguramente sirve de ejemplo de lo mucho que padecieron miles de mujeres que en su santa juventud un día dejaron de lado la inocencia para luego sentir un sentimiento de culpa casi mortal. Hoy, que el empoderamiento de la mujer cauta pudo dar vuelta una página hacia atrás y volver a observar lo que sucedió, en este caso, contado por Emma Elisa Serre, con la memoria intacta, cuando en 1957 tenía 18 años y comenzó en Mendoza con su carrera de docente.
Primeras experiencias: enseñanza y aprendizaje
Por EMMA SERRE / “Tenía 18 años cuando comencé a trabajar en la docencia. Cuánto debía aprender. Era el año 1957. La sociedad mendocina era totalmente patriarcal la mujer solo debía callar y obedecer”.
Al recordar esto, la mujer valoró el hoy con todas sus conquistas y avances. “Comencé con un turno de mañana. Vivía a dos cuadras de la escuela. A mis alumnos, los invitaba a mi casa en las tardes. Hacían sus tareas, cantábamos al unísono con el piano o la guitarra canciones infantiles o folclóricas. Luego tomábamos un refrigerio y ya llegaban sus padres a buscarlos”, relató la maestra.
“Al siguiente año, como me aburría en aquel pueblito, quise buscarme otro trabajo. Me dirigí a la Dirección General de Escuelas Nacionales. Allí realizaba un censo, buscando alumnos que no habían finalizado la primaria a partir de los 15 años o que nunca pudieron asistir a la escuela y deseaban hacerlo”, detalló Serre. Y siguió “Anotaba sus datos personales y volvía a la dirección escolar saliendo con el cargo de maestra de adultos”.
“Logré enrolar unos 20 alumnos y así comencé mi nueva tarea. Era un grupo completamente dispar. Comencé confeccionando tarjetas individuales, según su nivel para cada materia”, expresó la docente.
Emma Serre, también compartió una de sus pasiones que se da por naturaleza en la docencia, “Las clases más apasionantes para mí era la de ética y moral. En cada una de ellas preparaba un tema diferente: amistad, respeto, engaño, maldad, burla entre otros tópicos. Cada clase terminaba con una reflexión con el fin de lograr cambios positivos en cada alumno”.
Un hecho que conmocionó a toda la comunidad educativa
Una niña de 13 años, sumisa, sencilla, obediente y agradable, comenzó a estudiar secundaria. Para ello debía viajar todos los días a la ciudad vecina que tenía una hermosa Escuela Normal Regional. Con clases de mañana y tarde, con materias especiales para niñas y varones. La madre de la niña estaba muy preocupada ya que ella nunca viajaba sola.
Se le ocurrió encargársela al chofer, un hombre mayor, padre de familia, ya que su hija debía ir en el micro de la mañana y volver en el de la noche pues no había otro.
Ella hubiera querido acompañarla, pero tenía otros hijos y con su esposo debían trabajar. Llegando fin de año, un día la niña no volvió. Fueron directamente a la policía desesperados, pero desde la fuerza de prevención no pudieron solucionar algo en ese momento.
Desesperados la buscaron en muchos lugares, incluso en el hospital, pero no la encontraron. Esa madre era un mar de lágrimas, no podía resolver el misterio sobre la desaparición de su niña. En coincidencia, el chofer de colectivos había viajado a larga distancia, tomándose lo que parecía un descanso.
Pasando esa semana, apareció la niña llorando y pidiendo perdón. El chofer poco a poco la ha había conquistado, algunos días la había hecho faltar a la escuela, hasta que logró llevársela una semana.
Su familia fue avergonzada, señalada, y culpada por los hechos con respecto del verdadero responsable: desaparecido y muy ocupado en lo suyo, como si nada hubiera pasado.
La familia debió irse del pueblo por causa del escarnio y las agresiones.
Serre no logró aguantar la estigmatización social del contexto, y junto a su madre ayudaron a la familia de la chica, les buscó un trabajo de caseros en otro pueblo. “Cuando volvimos a clase, después del hecho, los alumnos estaban azorados, fuera de control, hablaban por lo bajo, murmurando. Pregunté la razón y comenzaron a contarme, juzgándola a ella y a su familia, en especial los muchachos jóvenes” relató la docente.
“Para mí fue muy dolorosa esta actitud en las personas de quienes aún tengo recuerdo. Tomé una tiza y comencé a escribir parte de un soneto: HOMBRES NECIOS QUE ACUSAIS A LA MUJER SIN RAZON, SIN SABER QUE SOIS LA RAZON DE LO MISMO QUE JUZGAIS”.
“Yo sentí un enojo casi incontenible. Le hice leer en voz alta al que leía perfectamente y señalé a cada uno para que explicaran el soneto con sus propias palabras”, expresó la maestra.
Y siguió, “Después me toco a mí, con tono firme y fuerte. Quería sacudirlos con palabras, ejemplos claros. Comencé preguntando: ¿Ustedes tienen hermanas, madres, hijas novias?”.
“¿Qué es para Ustedes la Mujer? Los increpé: ¿Qué hacen cuando tienen el capricho con una mujer? La siguen, la persiguen, la engañan con cumplidos, cosas bonitas que ellas desean escuchar y después? Las juzgan”, manifestó Serre, muy dolida por lo ocurrido.
¿QUIÉNES CREEN QUE SON USTEDES?
“Una niña de 13 años, con un hombre de 45. ¿Quien tiene la responsabilidad? Estaban mudos y eso quería, que pensaran. Me di vuelta, diciendo: -Hasta mañana alumnos-“, dijo la mujer, que hoy recuerda lo sucedido.
“Comencé a borrar el pizarrón, cuando escuché un ruido fuerte y repentino. Se corrieron los asientos. Y aplaudieron con gran entusiasmo. Tuve deseos de llorar ya que nunca espere esa reacción y agradablemente comprendí que mi mensaje les había llegado” sentenció la docente.