Por EMMA SERRE / Acabo de cumplir 85. Miro hacia atrás y me asombro de aquello que he vivido: Si en mi juventud alguien me hubiera dicho algo de lo que sucedió, hubiera pensado que era una locura.
Una verdadera locura que permanentemente desafió mi capacidad de asombro. Muchas situaciones y respuestas nunca las hubiera esperado. Con los ojos muy abiertos y la boca enmudecida, demasiadas veces, quedé girando ante la maldad de algunos.
Ahora comprendo que cada persona posee una individualidad. Y nuestras respuestas son totalmente distintas ante situaciones iguales. Por ejemplo, en mi familia somos varias hermanas y cada una es diferente: la menor es cauta, reflexiva, pensante y de bajo perfil. En cambio yo, que soy la mayor, soy precipitada, irreflexiva, hago y después pienso. Esto me lleva a recordar que cuando tenía 22, ante una mala experiencia con mi novio que fue muy decepcionante, tomé una drástica decisión.
Con el primer choque a cuesta en mi hoja de ruta reaccioné con inusitada determinación. Ahora hasta me causa vértigo recordar el momento. Me presenté en un convento de clausura, diciendo: “Quiero ordenarme”. A la semana estaba viajando con una de las hermanas a otra provincia, donde se encontraba el convento principal.
Encontré algo nuevo, distinto, desconocido. Fueron años de silencio y reflexión. Buscaba espiritualidad, perfección, cambios en mi vida. En ese momento así lo sentía.
Al llegar me dieron ropa; era toda de color negro: falda larga, blusa y una capa hasta la cintura, en la cabeza un tul que tapaba mi cabello.
Había reglas que se debían cumplir sin excepción…
SILENCIO ABSOLUTO
Caminar lento y con la cabeza baja, las manos juntas e introducidas en la capa. Todo era de todas, la posesión desaparecía. Tu vida y tu pasado quedaban atrás. Si te preguntaban algo las superioras había que contestar en voz baja.
Te adoctrinaban con sus propias reglas y costumbres. Jamás tuve una BIBLIA era un tema tabú. Según lo que enseñaban las Escrituras no eran para todos. Solo los sacerdotes podían escudriñarlas. Eso era muy extraño ya que mi idea era profundizar en lo Espiritual y sin la Palabra eso es imposible.
Durante los almuerzos, una hermana leía La Vida de Santos. Terminada la comida teníamos un corto recreo en el jardín, solo hablábamos cosas intrascendentes. Del tiempo, de las flores y esa conversación la dirigía la Madre Maestra. A su manera, eras su posesión.
Pasado un tiempo, un hermanito mío, de 17, salía del Liceo Militar General Espejo de Mendoza. Con dos compañeros estaban preparándose para rendir en La Escuela Militar de Buenos Aires. Vivían en un pequeño departamento. Allí hubo un grave accidente por causa de una pérdida de gas, a donde perdió la vida solamente mi querido hermano.
Pasados muchos días la tragedia, recibí un telegrama abierto, pues nos leían la correspondencia, con fecha anterior, anunciando lo ocurrido.
Ellas por ninguna razón querían que alguien saliera del convento;. Por eso me enteré tarde. Fue tal el impacto que sufrí, el dolor de mi familia y yo sin estar con ellos. Sentí un coraje tal que avisé que deseaba renunciar e irme.
El amor a mi familia no lo pudieron erradicar. Para ellas fue como una traición Llamaron a mi madre, para que me llevara a casa. Fue tan horrible mi salida, nunca lo comprendí. Esa frialdad casi inhumana.
Hablaron con mi madre a solas. Nunca supe qué le dijeron y ella nunca me lo comentó. Sí la vi muy triste. Siempre pensé que yo era parte, por lo que debía estar presente en la reunión. No me lo permitieron. Cuando terminaron, le indicaron que debía esperarme en la vereda y la sacaron fuera hasta que salí.
Se dirigieron a mi despectivamente, dándome la orden de ir a una salita junto a la puerta de calle, donde encontraría ropa adecuada, dejando allí mis hábitos blancos, pues entonces era novicia.
Al salir no me acompañaron, ni despidieron, ordenaron que tocara un timbre para avisar que me retiraba y debía dejar cerrada la puerta. Mi madre estaba esperándome en la calle. Otra vez la vi triste. Jamá dijo algo, ni una palabra.
Comencé a pensar en aquello que había vivido. ¿Que buscaba yo? Tenía esa ilusión de encontrar en la Iglesia Católica la espiritualidad, quizá la sabiduría, a Dios mismo quería encontrar.
Allí no encontré la respuesta que buscaba. Lo que viví fue lo mismo que en el mundo exterior: vanidades, egoísmos, mezquindades e hipocresías. Todo lo que llevamos muy dentro de nosotros los seres humanos, la carga de vivir llenos de errores, tropiezos que nos hacen ver nuestra humanidad. Y el único que nos puede ayudar cada día es nuestro Dios quien es el Amor, la Verdad y la Vida verdadera.