Bonarda es la segunda variedad de uvas para elaborar vinos más difundida en Argentina después de la Malbec. Posee una gran producción en la Zona Este de Mendoza y llama la atención de los elaboradores jóvenes que se han volcado en los últimos años a su elaboración.
Luisina Scaglione y Matías Morcos son nacidos y criados en el Este mendocino; nacieron entre viñas y parrales; tienen su propia línea de vinos y aún no cumplen 30 años.
Pertenecen a esa expansiva generación Centennial que se aburre fácilmente y que busca la innovación sin que esto implique, necesariamente, romper con sus raíces. Aman la autenticidad de los productos y son fieles defensores del medio ambiente.
Ambos hacen vino porque disfrutan del proceso y entienden que el marketing digital siempre debe ir por detrás de sus ideas y no al revés. Y, entre otras coincidencias, a Luisina y Matías los une el amor por el Bonarda. Scaglione creó un Bonarda rosado dulce natural, mientras que Morcos optó por un blanc de Bonarda que sorprendió por su mixtura entre refrescancia y complejidad.
Matías Morcos, un apasionado enólogo de 27 años, proviene de una familia con una rica historia en la producción de vinos y promoción del Bonarda en San Martín. Desde muy joven, soñaba con crear su propio Bonarda, llevándolo más allá de los límites convencionales. Su apuesta se materializó en el “blanc de noir”, una sorprendente creación que desafió las reglas y que en 2020 fue reconocida con un premio a la innovación.
“Siempre quise hacer un vino Bonarda mío, más rico y original. Pero me preguntaba por qué alguien querría probar algo mío en las ferias de vino con tanta competencia”, cuenta. Y creó un blanc de noir (un blanco de uva tinta).
“Fermentamos las uvas sin piel y logramos este blanco de Bonarda, un vino de baja intervención, sin clarificantes ni exceso de filtros y obtuvimos un color ocre, muy auténtico”, describe. Buscó en el Bonarda blanco un concepto de “vino como refresco, para jóvenes, con un toque dulce”, que combina refrescancia y complejidad, con fruta blanca en nariz y gran boca. La graduación alcohólica de sus vinos no baja del 11, 5%. Sin embargo, aclara: “Menor alcohol no es igual a mayor refrescancia. Se pueden hacer vinos combinando ambos conceptos”.
Por su parte, Luisina Scaglione, de tan solo 24 años, también oriunda de San Martín (Mendoza), descubrió su amor por la vitivinicultura gracias a su abuelo, quien solía producir vino para el consumo familiar. Con 19 años Luisina comenzó a experimentar con las hileras de vid de la quinta familiar y elaboró su primer vino: un Bonarda orgánico.
En 2020, se encontró con una creciente demanda de vinos rosados y dulces y se embarcó en la creación de un Bonarda con esas características.
Lo hizo a través del método de “sangrado”, que consiste en macerar por algunas horas la uva tinta para luego “sangrar” o extraer el jugo y separarlo de la pulpa para obtener ese color rosado intenso y un sabor más fresco. Su enfoque en la sostenibilidad también se refleja en el uso de etiquetas biodegradables y botellas de vidrio recicladas.
Y, este año, Scaglione va por más. Está explorando la posibilidad de elaborar un Bonarda con menos graduación alcohólica y de una manera más sostenible. “Quiero seguir jugando con el Bonarda.
Siempre se lo subestimó porque fue históricamente utilizado para cortes y lo cierto es que va con todo, es versátil y fácil de tomar. Tiene un gran potencial”, plantea.
Morcos, por su parte, sigue está enfocado en agregar valor a las vides clásicas de la zona Este mendocina. “La revolución ahora, para mí, no es romper las reglas o poner una etiqueta diferente. La revolución cultural debe ser para adentro y no para afuera. Nuestra mayor innovación es volver al pasado, revalorizar nuestro lugar y, desde ahí, elaborar los vinos de forma un poco diferente”, completa.
En un mundo donde la tradición y la innovación se entrelazan en la búsqueda de lo auténtico, estos jóvenes dejan huella en la vitivinicultura y demuestran que el futuro del vino es prometedor en manos de las nuevas generaciones.