Lo último de la banda británica es nada concesivo. No tiene hits, pero a cambio entrega belleza desde un hondo dramatismo y exuberantes texturas. La palabra de Robert Smith, su líder
En su última visita a la Argentina, que se produjo en la segunda y hasta ahora última edición del (festival) Primavera Sound, The Cure abrió su show con un tema sombrío y sugerente de casi 10 minutos. Robert Smith, cantante de la banda y único miembro fundador, se tomó cinco de ellos o quizás algunos más para testear a la multitud y empezar a cantar.
Es probable que el artista haya querido setear emocionalmente a todos de cara a lo que esa letra propone de movida. “Este es el fin”, fue el primer verso que se le oyó a Smith en esa oportunidad y es el mismo que se le oye desde que Alone, la canción en cuestión, fue adelantada como simple algún tiempo atrás.
Pero ahora se resignifica expuesta como apertura de un tracklist de ocho canciones exuberantemente dramáticas (con detalles orquestales, percusión pesada, el bajo lacerante de Simon Gallup) y repitentes en eso de dejar fluir la música antes de abrir la boca y reflexionar sobre la pérdida, la decrepitud y sobre el día que veremos a los pájaros caer desde nuestros cielos y a nuestras copas llenas de cualquier elixir, aunque para brindar por nuestro propio vacío.
Alone, entonces, se resignifica con el complemento de Songs Of a Lost World, nuevo disco de la banda británica después de 16 años y que agudiza un solo perfil de los dos que se le conocen históricamente: aquí prevalece una versión sobrecargada e intensa del The Cure dark – gótico y no hay ninguna pista que conduzca a Close To Me o In Between Days.